
imagen: Laura
Después de haber atravesado un camino largo y difícil, el viajero llegó a la entrada del pueblo en el que pasaría los próximos años de su vida.
Inquieto sobre la forma de ser de la gente en ese lugar, le preguntó a un viejo hombre que descansaba recostado bajo la sombra de un frondoso árbol de cedro:
- ¿Cómo es la gente en este lugar? -le dijo al viejo, sin saludarlo-.
Es que vengo a vivir aquí y donde yo vivía las personas eran complicadas y agresivas. La arrogancia y la insensibilidad eran el pan de cada día.
El anciano, sin mirarlo, respondió:
- Aquí la gente es igual.
El viejo siguió reposando. El caminante prosiguió su camino.
Horas después otro viajero que también llegaba al pueblo se acercó al anciano y le dijo:
- Buenas tardes, señor, disculpe la molestia, yo vengo a vivir a este pueblo y me gustaría saber cómo es la gente, porque en donde yo vivía las personas eran atentas, generosas y sencillas.
El anciano levantó la cabeza, sonrió y le contestó: - Aquí la gente es igual.
En vez de preguntarte cómo te tratan los que te rodean por qué no preguntarte cómo los tratás vos a ellos? A la larga la gente se termina comportando con uno como uno se comporta con ellos.
¿No será momento de darnos cuenta que las actitudes de los demás son fiel reflejo de las nuestras?