El apego de tipo inseguro se caracteriza
básicamente porque la respuesta que otorgan los padres frente a las
necesidades biológicas y afectivas de sus hijos, es ambivalente,
incoherente e impredecible; a veces responden a sus necesidades y otras
veces no. Para el niño esta situación genera una gran incertidumbre, en
el sentido de que no sabe cuándo y cómo vendrá su madre a cuidarlo y a
responder a sus necesidades. Cuando la respuesta de la madre es
cambiante e impredecible genera en el niño una gran falta de sentido de
lo que está pasando, de ambivalencia y de control sobre su entorno. Este
estilo de cuidado produce en el niño una sensación de abandono, soledad
e impotencia que provocará una intensa ansiedad y frente a esto, no
podrá desarrollar la suficiente confianza en sí mismo. Los daños que
este tipo de apego generan en la dimensión afectiva, cognitiva y social
deterioran de manera importante el bienestar y calidad de vida de los
niños. En el área afectiva por ejemplo, el sentimiento constante de no
sentirse lo “suficientemente amados y/o agradables para los otros”,
influye negativamente en su autoestima, autoconcepto y la visión que
tienen del mundo. A medida que los niños crecen e ingresan al ámbito
escolar, el mundo social que deben afrontar se hace más complejo y
precisamente es en este contexto donde comienzan a manifestarse las
primeras dificultades.
Según
refiere Barudy (2005), investigador y especialista en temas de
infancia, los niños que poseen un vínculo de apego inseguro con sus
padres, manifiestan serias dificultades en el contexto escolar en
términos cognitivos, emocionales y sociales. Las dificultades más
frecuentes son bajo rendimiento escolar, que generalmente conduce a
fracaso escolar, déficit atencional, trastornos del aprendizaje e
hiperactividad. En términos sociales manifestarán notorias dificultades
para ser aceptados por su grupo de pares y frente a la constante
búsqueda de aprobación del otro, generarán rivalidad, celos y posesión,
conducta que se desarrollará no sólo en la etapa escolar, sino también a
lo largo de la adultez, generando serias dificultades en términos
psicosicales, afectando de manera significativa su bienestar y calidad
de vida.
Este tipo de apego
se caracteriza por la vivencia de una ansiedad profunda de ser amado y
de ser lo suficientemente valioso, así como una preocupación en el
interés o desinterés y en la disponibilidad emocional que muestran los
otros hacia él. El niño desarrollará sentimientos de ambivalencia ante
las figuras de apego debido a sus necesidades afectivas insatisfechas.
Alrededor de un 20% de la población de niños víctima de malos tratos
infantiles presenta este estilo de apego. Dantagnan (2005)
Varios
autores como Bowlby, Cassid & Crittenden sostienen que los niños
que desarrollan un estilo de apego inseguro ansioso-ambivalente, han
sido cuidados en su primera infancia por padres o cuidadores que no
ofrecen una disponibilidad emocional y tampoco responden de manera
satisfactoria a las necesidades del niño. De esta manera, tanto las
necesidades físicas, como los estados emocionales, pueden pasar
desapercibidos durante prolongados períodos de tiempo.
La
sincronía emocional está prácticamente ausente o con una presencia muy
débil en la relación del niño y su cuidador. Existen períodos de
ausencia física de la madre, sin embargo, lo que más predomina en este
estilo relacional es la falta de disponibilidad psicológica, que hace
que los cuidados cotidianos sean incoherentes, inconsistentes e
impredecibles. Este estilo de cuidado generará en el niño una sensación
de abandono, soledad e impotencia lo que provocará en él una intensa
ansiedad. La ansiedad del niño aumenta sus conductas de apego, lo que se
traduce en una mayor insistencia en sus demandas y llamados de
atención, tales como, llorar, gritar o pegarse a su madre. Esto provoca
una reacción de intolerancia y molestia intensa en los padres, llegando
a la agresión verbal y/o física del niño. Dantagnan (2005)
(Cassidy
& Berlin, 1994 citado en Barudy & Dantagnan, 2005) describen a
estas madres o cuidadores de la siguiente manera:
Su
compromiso e interés permanece poco fiable e impredecible. A veces
están cómodos, otras veces, enfadados y muchas otras, son ineficientes
con sus hijos. De esta manera, para el niño esta situación genera una
gran incertidumbre, en el sentido de que al no saber cuándo y cómo
vendrá su madre a atenderle, cuidarle o responder a su demanda. Cuando
la respuesta es cambiante e impredecible, tanto en intensidad como en
contenido emocional, genera en el niño una falta de sentido de lo que
está pasando y de control sobre su entorno. Los niños, no logran obtener
la suficiente confianza en sí mismos. Lamentablemente, esta
incoherencia entre lo que el niño hace y la respuesta de la madre
influirá negativamente en el desarrollo de los procesos cognitivos,
sobre todo, en los aspectos relacionados con el terreno social y
afectivo.
El sentimiento
constante del niño, de no sentirse lo suficientemente amado, agradable
para el otro, influye negativamente en su autoestima, autoconcepto y
también en la visión del mundo.
A
medida que el niño crece, el mundo social que debe afrontar se hace más
amplio. Tras la entrada la escuela, esto resulta más evidente. Según
sostienen Crittenden y Brandon et. al., (1999) los niños a partir de
los 3 o 4 años comienzan a desarrollar “estrategias coercitivas” que les
permitirán obtener algún dominio sobre su mundo social, tales como:
conductas agresivas, de enfado, amenazas, que provocan un llamado de
atención. Por otro lado, conductas de indefensión y desamparo para
provocar cuidado y protección; ambas permitirán mantener al otro
activamente involucrado el máximo tiempo posible.
Según
Barudy (2005), en el contexto escolar, el rendimiento del aprendizaje
de estos niños será pobre y de bajos niveles de concentración. Pueden
distraerse fácilmente, moviéndose de un lugar a otro. A menudo, se
encuentran niños con fracasos escolares, bajo rendimiento escolar,
trastornos del aprendizaje, trastornos de déficit de atención y
trastornos de hiperactividad. A nivel social, tendrán dificultades
para ser aceptados por el grupo de pares; la búsqueda constante de
aprobación, la rivalidad con otros compañeros, celos, posesión, deseos
de exclusividad y conductas de impulsividad frente a conflictos
relacionales.
Fuente: http://www.nswslasa.com.au
Por Cecilia Gutiérrez A., Psicóloga, NSW SLASA